Toma de la embajada dominicana en Bogotá Colombia: lo que dicen archivos secretos de EE. UU. tras 44 años
Cables dicen que militares colombianos alistaban fuerza de asalto de 40 hombres para recuperar sede. Jhon Torres
El 27 de febrero de 1980, hace 44 años, un comando del M-19 asaltó la sede de la embajada de República Dominicana en Bogotá y tomó como rehenes a más de 50 personas. Entre ellas estaban 16 embajadores, incluyendo al de Estados Unidos, Diego Asencio, y al nuncio apostólico, monseñor Angelo Acerbi.
En plena Guerra Fría, y por 61 días, el hasta entonces desconocido conflicto en Colombia acaparó la atención de medios de todo el mundo. Ese secuestro, encabezado por Rosemberg Pabón, el ‘Comandante Uno’, se resolvió por la vía negociada, con el pago de poco más de un millón de dólares –el M-19 llegó a pedir 50 millones– y el traslado a salvo de los guerrilleros y sus últimos rehenes hacia Cuba.
Documentos desclasificados del Departamento de Estado y de la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos exponen detalles desconocidos de ese episodio histórico. Uno de los más reveladores, que la posibilidad de un rescate armado fue promovida por las Fuerzas Militares, pero atajada por el presidente Julio César Turba
También, que el desarrollo de los hechos en la sede diplomática en Colombia era seguida al detalle por el presidente Jimmy Carter y los principales funcionarios de su gobierno. Fuertemente golpeado por la crisis de la embajada norteamericana en Teherán asaltada por los partidarios del ayatolá Jomeini, el gobierno de Carter dejó en claro desde un primer momento a Bogotá que no aceptaría ninguna opción que pusiera en riesgo la vida de su embajador.
El 4 de marzo de 1980, una semana después de la toma, según los documentos conocidos por EL TIEMPO, el consejero de seguridad Nacional Robert Pastor y dos altos funcionarios del Departamento de Estado estuvieron discutiendo salidas frente al que empezaron a llamar el “incidente de Bogota”.
“Básicamente tenemos dos opciones. Podemos dejar la responsabilidad completamente en manos del gobierno colombiano o involucrarnos”, decía un memorando de William E. Odom , miembro del Consejo de Seguridad Nacional y quien sería director de la poderosa Agencia de Seguridad Nacional en el gobierno de Ronald Reagan.
Sobre la primera opción, dejar el asunto en manos del gobierno Turbay, la preocupación de Washington radicaba en la falta de control sobre los hechos y en el riesgo de que los colombianos asumieran esa posición como un respaldo “a un intento de rescate”. “Los austríacos, los suecos y el Vaticano expresaron la misma advertencia contra la salida armada”, dice un documento desclasificado.
El gobierno de Carter estaba seguro de que la opción del rescate era altamente riesgosa, pero también estaba preocupado por el impacto que tendría sobre su política hacia Latinoamérica si se hacían demasiadas concesiones a los secuestradores.
“Estoy preocupado por la similitud de este caso con Teherán y lo que eso signifique para el Presidente en el plano político local y en la región”, reportó Odom.
Apenas dos días después, en una reunión en Washington que incluyó a varias cabezas de los departamentos de Estado y Defensa y al director de la CIA, el almirante Stansfield Turner, el reporte hablaba de la liberación de 24 de los rehenes y de “la reducción de las demandas de los terroristas”, que pasaron de la liberación de 317 guerrilleros presos a una cifra entre 20 y 30 y de un rescate de 50 millones de dólares a menos de la mitad. Pero simultáneamente había alarma por “algunos signos de preparación de un comando colombiano para un posible intento de rescate”.
“Se reporta que los colombianos están preparando una fuerza de 40 hombres, posiblemente pero no probablemente sin el conocimiento del presidente Turbay, y si los Estados Unidos no les dan a los militares colombianos una buena razón para no intentar esta misión, la podrían llevar a cabo con un alto riesgo de fracaso”, señala el reporte.
Mientras el Departamento de Estado aconsejaba a la Casa Blanca abortar de tajo ese intento, el de Defensa pedía no descartarlo, e incluso buscar colaboración de Israel, cuyo embajador estaba entre los rehenes. “Nuestra actual posición hacia el Gobierno colombiano es que no estamos a favor de usar la fuerza bajo las actuales circunstancias”, reportó uno de los subsecretarios de Estado.
Nuestra actual posición hacia el Gobierno colombiano es que no estamos a favor de usar la fuerza bajo las actuales circunstancias.
El presidente Carter tomó cartas directas en el manejo de la crisis y el 8 de marzo le envió a su homólogo colombiano, el presidente Turbay, un mensaje en el que exaltó su responsabilidad “en la negociación de una liberación segura de los rehenes de la embajada de República Dominicana”. Y le recordó que él mismo estaba enfrentando un reto similar con la situación de la embajada en Irán, que finalmente se prolongó por más de 400 días y que terminó costándole su reelección.
Carter reiteró su confianza en el manejo que Bogotá le daría a la negociación –la opción de un rescate ni siquiera fue mencionada–, pero a la vez le advirtió a Turbay que si el M-19 tenía “éxito en sus pretensiones, esto podría envalentonar a otros grupos terroristas en el mundo a utilizar este nuevo y despreciable método de chantaje internacional”.
El 10 de marzo, estas fueron las órdenes de Carter sobre las posibles salidas a la crisis de la embajada. “Asilo: reforzar (frente a Colombia) nuestra posición de que no estamos a favor del asilo a terroristas”; “pago de rescate: mantener nuestra presente posición de que los Estados Unidos no tomarán parte en el pago de un rescate ni en su discusión”; “liberación de prisioneros: en una carta al presidente Turbay, hacer explícito el alto costo que implicaría una liberación de prisioneros, lo cual solamente serviría para alentar similares actividades terroristas en el futuro”.
Y sobre el uso de la fuerza, la orden fue no involucrarse ni apoyar ninguna operación que no tuviera el expreso conocimiento del presidente Turbay Ayala.
El 31 de marzo, más de un mes después del comienzo de la toma, el reporte a la Casa Blanca era relativamente optimista. “El manejo del Gobierno a la crisis es controlado, cuidadoso y prudente. No hay duda de que el presidente Turbay está por completo al mando. El Gobierno colombiano no desea usar la fuerza y está tratando de resolver la situación por la vía negociada”.
Rosemberg Pabón dice que, años después, el presidente Turbay le contó que el entonces ministro de Defensa, el general Álvaro Camacho Leyva, le pidió apoyo para realizar la retoma de la embajada, pero que él se tomó el trabajo de llamar a cada uno de los altos mandos para quitarle fuerza a esa iniciativa.
Lo que reportaban los diplomáticos norteamericanos en Bogotá es que la liberación de un alto número de guerrilleros, que era una de las exigencias del M-19, era el punto más crítico a resolver. ¿Y qué decían del pago de rescate?: “Ninguno aquí cree que el dinero será un problema. De hecho, nadie discute eso. El Gobierno no habla del tema, pero en círculos privados ha indicado que si esa es la última salida para resolver la situación, se puede hacer”.
Washington consideraba que la imposibilidad legal para que el Gobierno colombiano liberara guerrilleros presos sin intervención del poder judicial terminaría convenciendo al M-19 de “racionalizar la decisión de terminar con la toma y liberar a los rehenes”. Ese, en términos generales, fue el desenlace que tuvieron los hechos de hace 44 años.
En la mañana del 26 de abril de 1980, el presidente Carter fue informado por el secretario de Estado, Warren Christopher, que el embajador Asencio y otros de los rehenes, junto con sus captores, habían abordado un avión rumbo a La Habana. “En sus memorias –dicen los archivos del Departamento de Estado– el embajador escribió que un ciudadano privado pagó un rescate de US $ 1,2 millones por la liberación de los secuestrados”.
¿Y qué pasó con el dinero del rescate? Rosemberg Pabón cuenta que él recibió de dos particulares un maletín en el que le dijeron que había un millón de dólares. Pedir plata, asegura, no estaba en los planes iniciales de Jaime Bateman, el máximo jefe del M-19.
Dice que cuando se abrió la posibilidad le apuntaron a los 50 millones de dólares, pero que pronto se dieron cuenta de dos cosas. Por un lado, que no les iban a dar una cantidad tan grande de plata y, por el otro, que el impacto mediático de la toma le había representado al M-19 una ganancia que no había considerado en sus cálculos iniciales.
“Bateman me mandó a decir que le diera el maletín al que me dijera en La Habana: “tú tienes los ojos azules”. Y se lo entregué al primero que me dijo esa frase, a mí que tengo los ojos bien oscuros”, recuerda Pabón, quien sería años después uno de los representantes del M-19 en la Asamblea Nacional Constituyente.
Redacción Justicia
Autor:Jhon Torres . Fuente: El Tiempo