El presidente Joe Biden la llama la “década decisiva”. Sin embargo, la etiqueta apenas logra captar el momento: el comienzo de una época posterior a la que vino después de la Guerra Fría y en la que el orden mundial configurado por Estados Unidos puede verse desbaratado de modo violento por Rusia y China. La denominación de “competencia entre grandes potencias” se queda corta en medio de la destrucción de Ucrania por parte de Rusia; “nueva Guerra Fría” resulta demasiado reduccionista dada la compleja interdependencia económica de Occidente con respecto a China.

La invasión rusa de Ucrania ha hecho añicos la norma, establecida tras la segunda guerra mundial, según la cual las fronteras no deben modificarse mediante la fuerza. Ha resucitado el fantasma de la guerra nuclear por primera vez desde el final de la Guerra Fría, aunque con un matiz: el presidente ruso Vladímir Putin no ha esgrimido la amenaza de las armas nucleares como último recurso, sino como gambito de apertura para proteger su guerra de agresión.

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Sin embargo, en la visión estadounidense de las cosas, Rusia sólo representa el problema “agudo”. La mayor amenaza para el orden mundial (lo que el Pentágono considera el desafío que le “marca paso”) procede de China, el único país con potencial para destronar a Estados Unidos en tanto que potencia preeminente del mundo. Las fuerzas armadas chinas se expanden con rapidez. El país ya cuenta con la mayor armada del mundo, la tercera fuerza aérea, una amplia gama de misiles y medios para librar una guerra en el espacio y el ciberespacio.

¿Y si la amistad “sin límites” entre Rusia y China se convierte en una alianza real? En este momento hay pocas pruebas de que China esté ayudando a Rusia en la guerra. Sin embargo, las autocracias euroasiáticas realizan de forma regular ejercicios militares, y algunos altos funcionarios estadounidenses piensan que ambas acabarán aproximándose. A medida que China aumente su arsenal nuclear hasta alcanzar quizás unas 1.500 cabezas nucleares en 2035 (con lo que se acercaría al tamaño de los arsenales estadounidense y ruso), Estados Unidos deberá aprender el novedoso arte de la disuasión nuclear a tres bandas. Eso, a su vez, podría conducir a una otra carrera armamentística, sobre todo si el tratado Nuevo START, que limita las armas nucleares estadounidenses y rusas, expira a principios de 2026 sin un acuerdo sucesor.

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La transformación tiene lugar en un momento en el que disminuye el peso relativo de Estados Unidos en la economía mundial. A lo largo del último siglo, el PIB estadounidense ha sido mucho mayor que el de sus rivales: Alemania y Japón en la segunda guerra mundial, la Unión Soviética y China en la Guerra Fría. Sin embargo, el PIB chino no está muy lejos del estadounidense (y ya lo supera medido en paridad de poder adquisitivo). El gasto estadounidense en defensa, aunque formidable en términos absolutos, se ha mantenido cerca de sus mínimos históricos en tanto que porcentaje del PIB. La situación ha empezado a cambiar: el 23 de diciembre, el Congreso aprobó un aumento del gasto en defensa sustancialmente superior al solicitado por Biden.

Corazón continental frente a anillo litoral

Se están volviendo a considerar las viejas teorías geopolíticas. En 1904, el geoestratega británico Halford Mackinder sostuvo que quien controlara el corazón continental de Eurasia (en términos aproximados, la zona situada entre el mar Ártico y el Himalaya) podría dominar el mundo. En semejante análisis, una alianza entre Rusia y China supondría una grave amenaza. Por el contrario, Alfred Thayer Mahan, contemporáneo estadounidense de Mackinder, consideró que la clave del poder mundial residía en el control de las rutas marítimas comerciales. De modo más o menos intermedio, Nicholas Spykman, otro estadounidense, argumentó en 1942 que lo importante no era el corazón de Eurasia sino su anillo litoral. Sostuvo que el terreno vital eran las regiones marítimas desde el Atlántico, a través del Mediterráneo, alrededor del sur de Asia hasta Japón. “Quien controla el anillo litoral controla Eurasia”, escribió. “Quien controla Eurasia controla los destinos del mundo”. En su intento por impulsar alianzas que contrarresten a sus rivales euroasiáticos, Estados Unidos parece estar aproximándose más a la tesis de Spykman.

En el extremo occidental, la OTAN se ha revitalizado para robustecer a Europa y hacer frente a Rusia. Las fuerzas estadounidenses y de otros aliados se han reforzado a lo largo de la frontera con Rusia. Abandonando los últimos vestigios de neutralidad, Finlandia y Suecia han solicitado el ingreso en la OTAN. Si se superan los obstáculos finales a la ratificación procedentes de Turquía y Hungría, los nuevos miembros deberían incorporarse en 2023.

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Por encima de todo, los aliados occidentales han armado y apoyado ampliamente a Ucrania para que rechace la arremetida rusa. A pesar de las quejas de los partidarios del “Estados Unidos primero” de Donald Trump, el predecesor de Biden, el Congreso ha acordado destinar 7.000 millones de dólares adicionales a los 37.700 millones solicitados por Biden para ayudar a Ucrania a lo largo del año fiscal que finaliza en septiembre de 2023. Lejos de debilitar la alianza occidental, Putin la ha fortalecido. Aaron David Miller, de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, un centro de estudios estadounidense, enumera otras dos consecuencias imprevistas: “Ha creado un momento de unidad bipartidista en Estados Unidos. Y ha ofrecido a Biden un momento de redención tras la caótica retirada de Afganistán”.

Mientras tanto, en el extremo oriental del anillo, se han intensificado los rumores acerca de una futura guerra con China en relación con Taiwán; sobre todo, desde la polémica visita a la isla realizada en agosto por Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos. Biden espera que su reciente encuentro (el primero como presidente) con el dirigente chino Xi Jinping haya puesto “suelo” al deterioro de las relaciones. Quizás Xi esté preocupado por los problemas internos y, en no menor medida, por la desaceleración de la economía y las revueltas provocadas por sus políticas en relación con la covid; pero los funcionarios militares estadounidenses, sobre todo, sostienen que desea desarrollar la capacidad militar necesaria para apoderarse de Taiwán en 2027.

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Estados Unidos no cuenta en Asia con una alianza similar a la OTAN para limitar a China. Mantiene, en su lugar, un sistema radial de acuerdos bilaterales de defensa con Japón, Corea del Sur, Australia, Filipinas y Tailandia; esos países no tienen obligaciones entre sí. Para crear una mayor coherencia, Estados Unidos ha trabajado en la ampliación de sistemas específicos. Los “Cinco Ojos” (con Australia, Gran Bretaña, Canadá y Nueva Zelanda) comparten inteligencia; AUKUS (con Australia y Gran Bretaña) pretende desarrollar submarinos de propulsión nuclear y otras armas; y el Quad (con Australia, India y Japón) debate acerca de todo, desde las vacunas hasta la seguridad marítima. Corea del Sur y Japón están dejando a un lado viejas rencillas y realizan maniobras conjuntas en medio de intensos lanzamientos de misiles por parte de Corea del Norte (así como una prueba nuclear prevista).

Japón ha anunciado planes para duplicar el gasto en defensa en los próximos cinco años, pero sigue lastrado por su tradición pacifista. La isla de Taiwán, que se gobierna de modo autónomo, no mantiene relaciones diplomáticas formales con la mayoría de los países y está excluida de las numerosas maniobras militares regionales de Estados Unidos. Biden ha afirmado en repetidas ocasiones que defendería a Taiwán en caso de invasión china, pero son muchas las dudas que quedan por despejar. De acuerdo con la doctrina de la “ambigüedad estratégica”, Estados Unidos no dirá con precisión en qué circunstancias intervendrá ni tampoco qué hará, especialmente en caso de ataques de “zona gris”, como un bloqueo. Eso dificulta que Taiwán atienda al llamamiento estadounidense de que adopte una estrategia defensiva de “puercoespín”, dando prioridad a las armas asimétricas. Además, los responsables presupuestarios del Congreso han hecho caso omiso en gran medida a un proyecto de ley bipartidista para proporcionar a Taiwán miles de millones de dólares en subvenciones para la compra de equipamiento militar, una ayuda similar a la concedida a Ucrania e Israel.

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La parte central del anillo de Spykman es compleja. El gobierno de Biden se ha esforzado por cortejar a los miembros de la ASEAN, el grupo regional del sudeste asiático. Sin embargo, en su mayoría, esos miembros no quieren verse obligados a elegir entre China, su principal socio comercial, y Estados Unidos, el principal garante de la seguridad regional.

La India sigue siendo el gran premio para los estrategas estadounidenses. El país tiene una tradición de no alineamiento y de inclinaciones prosoviéticas, pero se ha ido acercando a Estados Unidos a medida que se deterioraban sus relaciones con China. Las maniobras navales Malabar, realizadas anualmente entre Estados Unidos y la India, han crecido hasta incluir a todos los miembros del Quad. Las diferencias persisten. La India la eludido criticar de modo directo la agresión de Putin a Ucrania. Sin embargo, según afirma Kurt Campbell, asesor principal de la Casa Blanca para Asia, la India representa “con creces la relación bilateral más importante para Estados Unidos en el siglo XXI”.

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Mientras tanto, en Oriente Medio y Asia Central, los sucesivos presidentes estadounidenses han tratado de reducir sus compromisos militares tras décadas de guerra infructuosa en Iraq y Afganistán. Cabe esperar que una nueva Cámara de Representantes con mayoría republicana hostigue al gobierno de Biden por la caótica salida de Afganistán. Ahora bien, el ataque llevado a cabo en julio con drones en Kabul y en el que murió el dirigente de Al Qaeda Ayman al Zawahiri pone de relieve la pretensión de Biden de mantener una lucha contra el terrorismo “más allá del horizonte”.

Por otra parte, la escalada de este año en los precios del petróleo y el gas, agravada por la guerra de Ucrania, ha reafirmado la importancia geopolítica del Golfo. Tras haber tachado hace tiempo de “paria” a Arabia Saudí, Biden visitó el país en julio y chocó su puño con el de Muhammad bin Salman, príncipe heredero del país y gobernante de facto. “No nos iremos ni dejaremos un vacío que llenarían China, Rusia o Irán”, dijo Biden a los dirigentes árabes en Yeda. No fue mucho lo que obtuvo a cambio, ni en términos de rebaja de los precios del petróleo ni de normalización de las relaciones entre Arabia Saudí e Israel. En diciembre, los dirigentes del Golfo ofrecieron a Xi un recibimiento perceptiblemente más caluroso.

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Puede que también las relaciones de Estados Unidos con Israel se vean sometidas a prueba por el regreso de Benjamín Netanyahu a la cabeza de una coalición que incluye ministros de extrema derecha. Y la esperanza de Biden de frenar el programa atómico iraní reactivando un acuerdo nuclear se ha desvanecido. Ahora es imposible cualquier acuerdo que lleve al levantamiento de sanciones dada la amplitud de las protestas contra el régimen iraní. Sin embargo, Irán sigue enriqueciendo uranio a buen ritmo, lo cual supone un desafío a la promesa de Biden de impedir que los mulás consigan armas nucleares.

En cuanto al resto del mundo, Estados Unidos y sus aliados han reunido una serie desequilibrada de votos para denunciar a Rusia en la Asamblea General de las Naciones Unidas. No obstante, el apoyo a Occidente en el Sur global es frágil. Muchos países se consideran víctimas de una guerra europea lejana que ha incrementado los precios de los combustibles y los alimentos, y ha desviado la atención internacional de otras crisis. Además, no quieren verse atrapados en medio de una Guerra Fría entre Estados Unidos y China.

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Occidente ha respondido a esas preocupaciones de varias maneras: presionando en favor de un mecanismo que permita a Ucrania exportar grano desde sus puertos del mar Negro; intentando imponer un tope a los precios del petróleo ruso; promoviendo iniciativas sanitarias mundiales; y creando un mecanismo occidental para financiar proyectos de infraestructuras y desafiar la Iniciativa Cinturón y Ruta de China. En términos más generales, Biden ha moderado sus esfuerzos iniciales por dividir el mundo en democracias y autocracias. Ha organizado una serie de grandes cumbres regionales, en particular con dirigentes de Asia, las islas del Pacífico, América Latina y África.

El gran agujero de su estrategia es la ausencia de una política económica y comercial atractiva que estreche los lazos entre aliados y amigos. El Consejo de Comercio y Tecnología EEUU-UE constituye un útil foro de debate para la tecnología emergente. El Marco Económico Indo-Pacífico integrado por 14 países promete futuras iniciativas sobre economía digital, resiliencia de la cadena de suministros, energía limpia y equidad (es decir, normas sobre fiscalidad, blanqueo de dinero y soborno). Sin embargo, no son acuerdos comerciales sustanciales. Estados Unidos no atenderá, por ejemplo, el deseo de sus aliados asiáticos de unirse al Acuerdo Global y Progresivo para la Asociación Transpacífica (antes TPP, por sus siglas inglesas), firmado por 11 países.

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En realidad, las medidas de “política exterior para la clase media” de Biden ofrecen una buena dosis de proteccionismo y política industrial. Las medidas más recientes incluyen las subvenciones a la tecnología verde y los semiconductores, así como las restricciones al acceso de China a microchips avanzados. Esas políticas están provocando tensiones con los aliados europeos y asiáticos puesto que limitan el acceso al mercado estadounidense, restringen las exportaciones a China y desvían las inversiones. La Unión Europea podría responder subvencionando sus propios sectores de los semiconductores y las tecnologías verdes. Con todo, Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional de Biden, parece considerar positiva la perspectiva de una guerra de subvenciones. Según dijo a la Fundación Carnegie, Estados Unidos estaba ayudando a las clases medias de otros lugares al fomentar “un círculo virtuoso de inversión en otras partes del mundo”.

La otra preocupación permanente se refiere a la democracia en Occidente y, sobre todo, en Estados Unidos, casi dos años después de que una turba trumpista asaltara el Capitolio. Estados Unidos parece alejarse de Trump y sus negacionistas electorales, pero en el país la política sigue intensamente polarizada. La salud de la democracia estadounidense es esencial para su capacidad de atraer amigos y afirmar su liderazgo. Sullivan ha relatado cómo en noviembre, cuando Biden asistió a una cumbre asiática en Phnom Penh, otros dirigentes preguntaron por los detalles de las elecciones de mitad de mandato en lugares como Nevada. En palabras de Sullivan, “fue un recordatorio de que el resto del mundo observa el estado de la democracia estadounidense… y se pregunta: ‘¿Qué nos indica todo esto acerca de la capacidad de permanencia de Estados Unidos en la escena internacional?’”.

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Traducción: Juan Gabriel López Guix

Recopilación: Lic. Yinna Navarro, abogada, Magister Diplomacia y Derecho Internacional.