Opinión

Una zona de locos y atronaos

Otras veces la escucho sostener acaloradas discusiones con “la maricona imaginaria” que le hace propuestas indecorosas; claro, ella siempre la rechaza y le grita a toda voz: “Que yo no soy tortillera, coño”.

Entre San Carlos y la Zona Colonial conviven la mayor cantidad de locos que uno se pueda imaginar, el área quizás sea lo más cercano a un manicomio a cielo abierto. Los hay de todo tipo y con los diagnósticos más diversos.

Algunos son emblemáticos, icónico, tanto así, que podrían considerarse parte del paisaje de esa zona capitalina. Desde mi balcón, los observo con la fascinación de quien intenta comprender los límites entre locura y cordura, si es que existen.

Mi experiencia como observador y quizás algún complejo de psiquiatra me ha llevado a clasificarlo en una lista que no tiene mucho que ver con la del Manual de Psiquiatría  (DSM- 5), pero que sigue patrones similares:

El loco higiénico: se trata de un jovencito que aprovecha cada vez que el agua está en su buena corriendo por el contén para darse un chapuzón. Como en el “mundo de los perturbados” las complejidades escasean, él utiliza un vaso foam y un pedacito de jabón de cuaba que facilitan la labor de higiene.

La modelo: es una morena delgada, que supuestamente tuvo experiencia en la pasarela antes de abrazar la locura, con frecuencia confunde las calles con una larga alfombra gris y aprovecha para modelar cual si estuviera en un certamen de belleza; “los tígueres” salen a piropearla y ella no tiene dificultad con creerse la película.

El maratonista: cual si se tratase de un atleta de alto rendimiento, este amigo baja a diario desde algún barrio de la Zona Norte de la capital, hasta los lados de La Feria, luego, a todo dar y sin descanso, emprende su ruta de regreso hacia la parte alta del Distrito. No pide bola, total, con los tapones; él baja más rápido a La Feria que muchas rutas de guaguas.

La intermitente: ella forma parte de la decoración nocturna del parquesito de los bomberos de San Carlos, llegó allí junto a la cuarentena y ha permanecido como la pandemia. A veces está serena y tranquila, bastante cuerda, otras veces la escucho sostener acaloradas discusiones con “la maricona imaginaria” que le hace propuestas indecorosas; claro, ella siempre la rechaza y le grita a toda voz: “Que yo no soy tortillera, coño”.

La simpática: hace un par de años que no la veo, pero ese personaje al que llamaban La Gorda era una de las más queridas de la zona, en el día solía estar por los frente del Jumbo de la Mella y al caer la tarde bajaba al Parque Duarte, le encantaba saludar y hasta abrazar a sus conocidos. Tenía una magistral facilidad para recordar los rostros, sobre todo los de la gente que le dejaba caer algunas monedas. Tuve una novia de la que se hizo muy amiga, pues esta siempre le regalaba algo, cuando me veía solo, me preguntaba por ella. Un día me vio con una amiga y oh surprise:

-Ohhhh flaco, hoy andas con ella.

Mi acompañante no dudó en preguntar:

-¿Y con quién él suele andar?

Mirándola a la cara y con la destreza de quien no cae en gancho, respondió:

-No, porque él siempre anda solo…

Eso sí, a seguida me multó con lo de sus cigarrillos.

Mientras escribo, me doy cuenta que el vecino desde su balcón en la Palo Hincado me observa, ahora con sonrisa en rostro me dice adiós: una pregunta se posó en mi cabeza: ¿Qué tipo de loco pensará este que soy?

Acento.com

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